domingo, 11 de diciembre de 2016

Crónica de la sierra del norte de Sinaloa (Álamos, Son. a Culiacán, Sin. 1/Dic-6/Dic)




ACLARACIÓN: El contenido de éste relato (y de ninguno de los que hago, sobra decir) no intenta de manera alguna solapar o ignorar la situación de violencia que han vivido y siguen viviendo muchas personas en México. Es innegable que el país atraviesa por momentos muy difíciles y mi intención al escribir esto no es hacer menos el sufrimiento y todas las consecuencias que han traído a los mexicanos “de a pie” las condiciones que predominan en ciertas regiones del país (en éste caso, Sinaloa). Es, más bien, para que quien lo lea (al igual que yo al vivirlo) se tome un respiro y veamos cómo hay personas que, a pesar de todo, siguen extendiendo una mano cuando se les pide, e incluso van más allá de eso por iniciativa propia. 

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David me esperaba en Álamos, y no había tiempo que perder. Disponemos de tres semanas para completar el proyecto de pedalear a Durango, lo cual implica que hay que estar de regreso en Hermosillo para el 20 de diciembre. Con mi bici así, sin arreglar (después de cuatro meses recorriendo Baja California, la pobre muestra varias partes bastante oxidadas, incluyendo el cassette y la cadena) empaqué lo más ligero que pude, dejando algunas cosas fuera pero ésta vez incluyendo más ropa invernal, porque la ruta a la que estoy por lanzarme incluye la sierra de Durango en invierno. Un autobús sale a medianoche de Hermosillo y nos deja a mi bici y a mí en Navojoa en la madrugada, donde me espera mi amiga Pati para ir a desayunar. Otro camión y a mediodía estoy en Álamos, y me encuentro con David, quien pasó la noche en la estación de bomberos.

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Álamos es un lugar muy bonito, pero por nuestra fecha límite, hay poco tiempo para apreciar el lugar, debemos empezar la ruta cuanto antes. Tampoco me dolió mucho, no es la primera vez que estoy en éste pueblo. Así que a conseguir provisiones, echarlas de la manera más desorganizada posible dentro de las alforjas, y a agarrar camino.

Aquí debo hacer una aclaración: mi amigo David es como un caballo. Le duele pisar el pavimento, y sus rutas las traza usando la mayor terracería posible. Él es quien más ha influenciado en mi forma de viajar en bici a través de sus historias, así que me emociona mucho ésta oportunidad de poder rodar juntos. Yo monto mi bici confiando en sus habilidades con los mapas, y empezamos el camino sólo para darnos cuenta quince minutos después de que estamos tomando la salida incorrecta…

Corregimos el camino y pronto estamos fuera de Álamos, avanzando en una terracería y ahora sí en la dirección indicada, con la eventual troca que pasa y nos saluda (y nos llena de polvo).

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Ahora estoy en mi zona. No van ni seis meses que volví de mi último viaje pero todo ese tiempo no he dejado de pensar en ello, de irme a dormir pensando en ello y despertarme pensando en ello. Me duelen los cachetes por la sonrisa que no se me quita de la cara. Pedaleo frente a David para que no vea mi cara de loco a través de su espejo retrovisor. Pero doce kilómetros dentro del camino, sucede. Se me resbala el pie derecho, y me doy cuenta de que el pedal se ha soltado completamente de la biela. No bueno. Nada bueno. La rosca en el pedal está intacta. Pero la de la biela no tanto.

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Foto: David Grossman

Intento enroscarlo de regreso, pero no entra recto. Después de tratar varias veces, decidimos volver a Álamos. Esperamos a que pase alguna troca para pedirle raite pero por supuesto que ahora que necesitamos una no pasa ninguna. Como yo estoy doblemente molesto (por la falla mecánica y porque estoy retrasando a alguien más) me pongo a caminar impacientemente en círculos y decidimos darle un mejor uso a esos pasos poniéndolos en dirección a Álamos. Pocos minutos después de empezar a caminar una troca se detiene. Va una familia adentro, les explicamos nuestra situación, y sin averiguar mucho más, nos llevan a Álamos. Llegando ahí vamos al taller de bicis que ellos mismos nos recomendaron, le explico al mecánico lo que me pasó, y él con toda la calma del mundo engrasa la tuerca, la acomoda, y con una llave la enrosca como si fuera lo más fácil del mundo. El pedal se ve derechito, se siente firme, y según él no necesita nada más. Aprovecho para pedirle que cheque mis cambios frontales, porque el desviador no se mueve y lo voy a necesitar para las subidas. En quince minutos queda listo, me dice que son $50 pesos (que yo pago con gusto), y ya que me estoy yendo me entrega un par de pedales nuevos, “Por si las dudas”, me dice él.

Ya son las tres y media de la tarde. David y yo concordamos en que quedarnos en Álamos se sentiría como un día desperdiciado (aunque también concordamos que no es el peor lugar para desperdiciar un día), así que después de comer unos tacos, nos lanzamos de nuevo al camino. Tenemos en cuenta que nos quedan menos de dos horas de sol y que acabaremos pedaleando en la oscuridad, pero al ser un camino de terracería, es poco traficado y si un carro viniera sería visible desde lejos, y tendríamos tiempo de hacernos a un lado. Ya en camino, el cielo nos regala unas luces impresionantes.

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Pasamos el lugar donde se me cayó el pedal, fácilmente reconocible por el agujero que dejé en el piso al caminar en círculos. Dani del presente le dice al Dani del pasado que se tranquilice, que el asunto se resolverá más fácil de lo que cree. Algunos carros pasan, la mayoría en dirección a Álamos. Todos nos saludan y conducen con precaución al pasarnos, sólo aumentando un poco más el polvo que ya tenemos encima. David y yo platicamos sin parar, como amigos de toda la vida que se acaban de ver después de muchos años, o que nunca han dejado de verse, quién sabe. El sol ya está bajo el horizonte, pero aún queda un poco de luz.

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La oscuridad nos alcanza. Nosotros prendemos nuestras luces y seguimos avanzando, la plática disminuye un poco porque ahora estamos más concentrados en ver lo que tenemos delante. Llegamos a un lugar con un puño de casas y dos lámparas de alumbrado público. No hay nadie afuera. Una voz ebria nos habla desde la distancia, pero nosotros nos hacemos los sordos y seguimos nuestro camino. Un rato después escuchamos el sonido de una motocicleta que se acerca desde enfrente, pero no se ve su luz. También se oyen voces comunicándose por radio, aunque no se distingue lo que dicen. Ambos estamos conscientes de que podríamos ser abordados por alguien, pero no nos detenemos y eventualmente tanto el motor como el radio dejan de escucharse. Nunca supimos su origen. Como a las 8 pm, cubiertos 30 km, llegamos a otro poblado, ésta vez hay gente (adultos y niños) afuera de una casa alrededor de una fogata y enseguida un expendio con la luz prendida. Pasamos junto a ellos y les saludamos, y nos dirigimos al expendio. Un señor viene, le compramos un par de cervezas, le explico lo que andamos haciendo y le pregunto:

-          ¿Sabe algún lugar donde podamos acampar por ésta noche?
-          Sí. Pueden ir a esa casa – y nos señala a la casa donde está a la gente en la fogata.
-          ¿Le pedimos permiso a ellos?
-          No, esa es mi casa. Voy a cerrar aquí y voy y les abro el cerco.

David y yo rodeamos mientras el señor toma un atajo y nos abre el cerco de alambre. Mientras acomodamos las bicis en el lugar que nos indicó, él se aleja y vuelve con una escoba y empieza a barrer el suelo, David le dice que no hace falta, que lo podemos hacer nosotros pero él sigue barriendo mientras nos hace preguntas sobre nuestro viaje. Su voz es tranquila, habla despacio y sin subir demasiado el volumen. Nos explica que en San Vicente, al igual que en otros pueblos, están velando a la Virgen de Guadalupe previo a su fecha de celebración, el 12 de diciembre, y ésta noche tocó en su casa. Las mujeres están adentro rezando. Los hombres y los niños afuera, alrededor de la fogata. Ya con las manos libres, nos presentamos e intercambiamos nombres. El Señor Fidel va y vuelve a la casa varias veces, en algunas ocasiones conversa, otras sólo observa en silencio nuestro ritual de montar el campamento. A pesar de sólo haber pedaleado 30 km, David y yo tenemos hambre, los tacos de la tarde ya los bajamos hace tiempo. En una de sus vueltas, el Señor Fidel nos dice con su voz tranquila y sin prisas que cuando las mujeres terminen de rezar podremos entrar a la casa y echarnos un taco. Aunque yo de ninguna manera esperaba tal gesto, me alegro de poder probar comida local y le digo “gracias”, probablemente más veces de lo normal.

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Eventualmente el novenario termina, y el Señor Fidel viene y nos invita a pasar. En la mesa nos esperan platos servidos hasta el tope de pozole que echa vapor. Mi estómago hace ruidos de felicidad que la gente adjudica a truenos (el pozole es una de mis comidas favoritas) y mientras comemos disfrutamos de la conversación con la familia que nos ha metido, literalmente, hasta su cocina. Vaciamos los platos. Nos ofrecen más. David rechaza la oferta pero yo, aunque tímidamente, no puedo negar que quiero más. Una vez terminado mi segundo plato, agradecemos la comida y nos retiramos a nuestras respectivas casas. El sueño llega de golpe. El día se despide con una ligera lluvia que al chocar con el techo de mi casa de acampar hace un ruido que me arrulla, como si me hiciera falta más incentivo para dormir.

El día siguiente empieza desde muy temprano. Tenemos la intención de cubrir la mayor distancia posible y a pesar de haber programado alarmas a las 5:30 am, no hubo necesidad porque el servicio de hospedaje incluye alarma viviente.

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Es una mañana fría. Cuando despierto oigo que David ya está moviendo cosas aunque todavía está oscuro. Aún echo bolita dentro de mi dormidero, le digo “¿Hay alguna manera de que pueda pedalear sin salirme de mi sleeping?”. David estalla en una risa más escandalosa de la que yo esperaba. Cuando recuerdo que el frío que hace ahorita no es nada comparado con el que hará en Durango, me resulta más fácil salir de la casa. Con el sol ya asomándose, David descubre que tiene una ponchadura. Mientras recojo mi tendido y él arregla su bici, el Señor Fidel sale de su casa con tazas de café, y como si no fuera gran cosa (para nosotros definitivamente lo es) nos dice que en un momento podremos entrar y echarnos un taco antes de irnos. Nunca usa las palabras “cenar” o “desayunar”. Al parecer, no importa la comida que sea, para él es “echarse un taco”. Cuando todo está recogido, nos invita a pasar. De nuevo nos espera una mesa espléndidamente servida.

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Huevos con chorizo, frijoles, chiltepines secos y en vinagre, y pa’cabarla, tortillas de maíz recién hechas. La esposa del Señor Fidel (no pregunté su nombre, lo siento) amasa y saca tortillas del comal en la estufa de leña bajo una ligera lluvia intermitente que se filtra por los espacios que hay entre las láminas del techo de la cocina.

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Acabado el desayuno algunos de los miembros de la familia se van a las tierras a trabajar. El Señor Fidel se dirige al expendio a atender a los primeros clientes del día, un grupo de hombres en una troca que amablemente le suben a su música para compartirla con todos. Mientras terminamos de acomodar nuestras bicicletas, el Señor Fidel se nos acerca con dos vasos de chocolate caliente. Como si no bastara todo lo que ya nos ofreció. Como si, para empezar, debiera habernos ofrecido algo. Pero una de las cosas más valiosas que he aprendido viajando en bicicleta, más aún que “Qué hacer en caso de mordedura de serpiente”, es a aceptar lo que la gente da, y ser agradecido. Una forma que he encontrado para demostrar mi agradecimiento (aparte de decir “gracias”, claro está), es regalar una foto de algún paisaje que yo haya visto. Tanto David como yo escribimos algo detrás de la foto que luego le entrego al Señor Fidel, quien nos abre el cerco para que podamos continuar nuestro camino. Cuando estamos a una distancia prudente, David se queja de cómo fue alimentado a la fuerza dos veces, de haber sido obligado a comer tortillas recién hechas a mano, y que por culpa de ello hemos empezado a pedalear más tarde de lo que planeábamos (su queja, aclaro, es sarcástica). De nuevo estamos en una terracería muy poco traficada y rodeados de un lindo paisaje, el paraíso para dos tipos como nosotros.

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Nuestra meta de hoy es El Fuerte, Sinaloa, a poco más de 80 km, de los cuales sólo los últimos 15 son pavimentados. La ruta es básicamente plana, con unas pocas subidas y bajadas.

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En las cuales al parecer me emociono un poco más de lo indicado. Después de una bajada que hice más rápido de lo que debería, siento que algo me frena y cuando me detengo descubro que uno de los tornillos que sostiene la parrilla trasera a mi bici ha desaparecido. Pero como soy bien precavido, tengo tornillos extra y en poco tiempo ya estamos avanzando de nuevo. Mientras tanto, David interactúa con los animales que nos topamos en el camino.

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Durante el trayecto pasamos por varios pueblos. En uno de ellos un muchacho se dirige a nosotros con un perfecto inglés. Nos explica que aunque es originario de aquí, él vive en Phoenix. No es raro encontrar casos de éstos. En todos los lugares que pasamos, la gente se porta amable y nos preguntan de qué planeta venimos.

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Con el día nublado y cruzando pueblos de casas pintadas de colores e iglesias de más de cien años de antigüedad, David y yo conversamos de los temas más variados.

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Es curioso el desarrollo de la plática. De las más horrendas historias de violencia en México a las implicaciones de viajar en una bici rodado 26. De las posibles consecuencias de las recientes elecciones en los EEUU a la vez en que una señora lo metió a regañadientes a su casa al verlo que iba a acampar en una plaza. A veces David, cuando le preguntan de dónde viene, responde “Del futuro”. Estoy empezando a creerle. Le platico que, si no fuera porque es blanco, juraría que soy yo del futuro.

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De nuevo siento que algo me frena. Ésta vez no es uno, sino dos de los tornillos que mantienen la parrilla en mi bici. Al parecer la rosca en los hoyitos se ha barrido. Mi bici me sigue reclamando el maltrato que le doy sin ninguna recompensa. Pongo otros dos tornillos, pero ésta vez con dos tuercas que quité de la parrilla frontal para prevenir que se vuelvan a salir. Debo evitar a toda costa que esto vuelva a suceder. Quedarme sin forma de cargar mi equipaje me dejaría a merced de un raite para salir de aquí. Una vez avanzando de nuevo, hablo con mi bici y le digo que en Culiacán le daré el trato que debí darle en Hermosillo, que me aguante un poco más.

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Después de unos 70 km de terracería llegamos a una presa, y con ella empieza el pavimento. Significa que El Fuerte está a unos 15 km. El cielo empieza a oscurecerse, pero tenemos tiempo suficiente.

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Llegamos a El Fuerte con los últimos rayos de luz. Nos estacionamos en la plaza para decidir qué hacer, y de un carro se baja un muchacho sonriente que se nos acerca. Nos hace “las preguntas”, y después nos explica que él quiere hacer lo mismo, lo cual no es sorprendente, es común toparse con gente que expresa su deseo de poder viajar en bici. También es común que después agreguen una lista de “peros”, y no lo digo despectivamente, entiendo que hay factores o situaciones que deben anteponerse, así como también entiendo el privilegio que es poder hacer lo que hago cuando lo hago. Lo que no es común es que alguien diga que ya vendió su carro y se está deshaciendo de sus otras ocupaciones, para irse de viaje. Nuestro futuro colega Elio sólo está esperando a terminar unas cosas para montarse en su bici y lanzarse. Intercambiamos consejos pero mientras le recomiendo ponerle cuernitos a su manubrio para que pueda variar la posición de sus manos pienso que alguien así no requiere consejos, éste muchacho está más listo que el biciviajero con el mejor equipo del mundo, porque la actitud no se puede comprar en ninguna tienda. Como David y yo tenemos montón de hambre lo invitamos a ir por tacos mientras seguimos la conversación. Entre enchilados y contentos, le contamos algunas de las cosas que nos han pasado y cuando terminamos, Elio no nos deja pagar y él se hace cargo de la cuenta. ¿Cuántas veces más seremos alimentados por la fuerza éste día? Elio nos da su contacto y se despide.

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Como es mi primera vez en El Fuerte, compramos un par de cervezas y luego volvemos a la plaza central. Tres muchachos en un puesto nos saludan. Uno de ellos tiene una bici y bromeamos con la posibilidad de que se uniera a nosotros en la ruta a Durango. Los tres nos dirigimos a una banca a sentarnos y le ofrezco una cerveza a nuestro nuevo acompañante pero él dice que no gracias. Isaac [si estás leyendo esto, cambié tu nombre para contar tu historia] nos cuenta sus andadas en bici. De cómo su bici no es la mejor, comparada a las de 40 mil pesos que ha visto en las carreras, pero para él, la bicicleta le ha salvado la vida, literalmente. Desde los 12 años empezó a consumir alcohol y drogas. David le pregunta de cuáles. Él responde que de todas. Nos cuenta que la situación en El Fuerte, y en Sinaloa en general, no es fácil, especialmente para los jóvenes, quienes crecen en un ambiente, “pues…ya saben cómo”. Isaac lleva dos años de haber iniciado una lucha contra su pasado. Una que, lejos de acabar, se lucha y se tiene que ganar día a día. Y la bicicleta le ha ayudado a ello. Nos platica de la vez en que tuvo que atravesar un río con la bici a espaldas y lloviendo. Y que ahora se dedica a ayudar a personas que están en la misma situación en la que él estuvo, y que la gente ya no le saca la vuelta cuando lo ven en la calle. David le pregunta su edad. Él dice que 22…

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La noche la pasamos en la estación de bomberos de El Fuerte, a donde llegamos guiados por Isaac. Los bomberos nos comparten de su regadera, su electricidad y su internet, y temprano en la mañana después de tomar café y levantar el campamento, seguimos nuestro camino. La meta de hoy es Sinaloa de Leyva, a 112 km por pavimento. En el camino paramos a desayunar en el puesto de pan de mujer que nos recomendaron en El Fuerte.

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Y mientras estamos ahí las personas nos explican el proceso de elaboración del pan.

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Y yo tomo ésta foto, para verla mientras esté a temperaturas bajo cero en el camino a Durango. Tal vez hasta logre imaginar que tengo una chimenea dentro de mi casa de campaña.

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El pedaleo es tranquilo. Una carretera poco traficada y con acotamiento hasta San Blas. A partir de ahí no hay acotamiento, pero el tráfico que nos pasa maniobra civilizadamente. Casi casi no extrañamos la terracería.

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Hacemos parada en Ocoroni, para comprar algunas cosillas en la tienda y comer. Mientras estamos ahí la mayoría de los carros que pasan, pasan lento y saludan a la gente que ven. En un momento pasa una troca con dos hombres sentados atrás y, apenas visibles, los chalecos antibalas que traen puestos. Mientras sigo masticando las papitas en mi boca, me fijo que la troca no tiene placas y que, además, pasan sin saludar a nadie. También me fijo que para el resto de la gente a mi alrededor, esa troca es invisible, y como un consejo implícito en el aire, decido que para mí también lo es.

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En Sinaloa de Leyva vamos a la Cruz Roja a pedir un espacio para acampar. A la entrada una vieja placa dicta “Casa de posada para enfermos pobres”. Una vez dentro, nos prestan el cuarto de cocina para instalarnos. También hay internet y regaderas. Yo uso lo primero pero no lo segundo.

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Durante nuestra noche ahí llegan dos casos. Ambos accidentes de motocicleta, ambos en estado de ebriedad. David y yo vamos a una taquería cercana por nuestra dosis diaria. No dejan de circular vehículos con música de banda. Al volver a la Cruz Roja nos llama la atención un anuncio en la ambulancia. Hacemos varias (y muy malas) bromas al respecto, pero no cabe duda de que es otro reflejo de la realidad que se vive en la zona.

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Al día siguiente, de nuevo despertarse antes de la salida del sol. Ya empacados nos despedimos de nuestros huéspedes y les agradecemos sus atenciones. Sin avisarles, les dejo una foto en la puerta del refrigerador.

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Aún es temprano y el río Sinaloa ofrece una agradable vista.

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Por el tiempo que disponemos, que cada vez es menos, David y yo decidimos dejar la diversión atrás y llegar a Culiacán por la carretera de cuota (dos días) en vez de nuestro plan original (tres días). En el camino conocemos a Gilberto, quien nos escolta por un rato hasta que llegamos al inicio de la Carretera de cuota.

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Atrás quedó el silencio de los caminos secundarios. A pesar de tener acotamiento, es imposible ignorar la sensación de un vehículo pasándote a más de 100 km/h. Por primera vez desde que empezó el viaje, ambos nos ponemos audífonos con música para distraer un poco la mente.

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De los 120 km del día, los últimos tomamos una desviación que descubrimos en el mapa. Un pequeño tramo de terracería que nos hace destensar los músculos y volver a platicar.

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En Colonia Agrícola México nos quedamos en la Sindicatura. Al llegar, la encargada del Registro civil sale de su oficina para cuestionarnos alegremente acerca de nuestro viaje. Minutos después la vemos cerrar su oficina, y se acerca a nosotros. Nos entrega un papelito y nos dice con voz baja, “Es la clave del internet. No digan que se las di porque se supone que sólo es para mí”. Luego se despide y se va. Más tarde, como es costumbre, salimos en busca de los tacos de cada día. Mientras cenamos las mujeres que atienden el local nos preguntan sobre lo que hacemos. Nos muestran también una foto de la carretera Mazatlán – Durango, cerrada por nieve. Nos ofrecen una casa que está vacía donde podemos pasar la noche si queremos. Cuando les decimos que estamos bien donde estamos (ya habíamos instalado nuestro campamento) nos dicen que si nos da frío podemos volver y pedirles cobijas… A la mañana siguiente los dos oficiales de policía en turno preparan desayuno y nos invitan a comer con ellos. Hoy será un día corto, 80km hasta Culiacán, así que no estamos apurados por salir. David y yo ideamos el plan con el cual sorprenderemos a Emmanuel, nuestro amigo que, aunque él no sabe, nos va a hospedar ésta noche, y es una de las razones por las cuales éste viaje se está haciendo.

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Cuando estamos saliendo del pueblo volvemos a pasar por la casa de la señora de los tacos de anoche, que está regando su jardín. Al vernos sonríe y nos grita “¡Que tengan buen viaje!” mientras dice adiós con la mano. Ah, la gente de Sinaloa…

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6 comentarios:

  1. Vaya, por fin puedo conocer a mi tocayo. Cuando pasé por Obregón David había salido un par de días antes y lo mismo me pasó en Álamos. Me preguntaba cómo sería ese tocayo y ahora lo voy conociendo por fotos y en ésta pequeña crónica.

    Saludos desde Guamuchil... aunque mañana salgo para Culiacán por la libre.
    David

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    1. Hey David tienes alguna forma para yo poder seguir tu viaje? Fb o algo así. Ya llegamos a Durango!

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  2. Saludos Daniel y que Dios este con ambos. Un fuerte abrazo!

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    1. ¡Gracias de parte de los dos! Va el abrazo pallá también :D

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  3. Que bellas fotos, especialmente la del campanario el pan y el puente. Dios los acompañe, que sigan disfrutando su viaje y lleguen felices a Durango.

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    1. Téinks :3 Al ratillo te mando más fotos, porque quién sabe cuándo las vaya a subir acá, no he escrito nada :B ilu ;*

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